Entorno al consumo de jamón ibérico siempre han existido ciertos mitos sobre su perjudicial efecto en nuestra salud. El problema está en que en ocasiones el mito, por desgracia, prevalece a la realidad.
Uno de los mitos más conocidos sobre el consumo de jamón ibérico es el aumento del colesterol en nuestro organismo. Falso. ¿Por qué? Porque es un alimento rico en ácidos grasos monoinsaturados, mientras que el nivel de grasas saturadas es muy bajo. De hecho, es un buen complemento para dietas de pérdida de colesterol (siempre tomado con moderación, eso sí).
Por otro lado, además de ser beneficioso para el colesterol, el jamón ibérico proporciona proteínas, vitaminas B1, B6, B12 y ácido fólico, muy beneficiosas para el sistema nervioso y el buen funcionamiento del cerebro. A su vez es rico en vitamina E, un antioxidante, y en minerales como el cobre, esencial para nuestros huesos y cartílagos, calcio, hierro, zinc, magnesio, fósforo y selenio, con propiedades antienvejecimiento.
La sal es el único elemento poco saludable. La OMS recomienda no abusar de su consumo. Pero no hay de qué preocuparse, el jamón ibérico es el que menos sal contiene de todos. La genética del cerdo ibérico dificultan la penetración de la sal, dejando entrar la justa y necesaria para la consevación de la carne y potenciar el sabor.
Un consumo responsable es vital para una dieta mediterránea que nos mantendrá sanos y con energía.
Muchas veces la gente consume productos ibéricos sin saber realmente qué diferencia hay entre estos y otros que no lo son. ¿En qué se diferencia un jamón de otro?
La principal diferencia entre un jamón y otro es la raza del animal. Hay jamones que proceden de cerdos que son de raza ibérica pura, mientras que otros proceden de cerdos ibéricos cruzados con otra raza. Esto no quiere decir que uno sea mejor que otro, sino que son diferentes. Mientras el ibérico puro es un cerdo más graso y estilizado, el cerdo cruzado consigue tiene más rendimiento en carne.
Por otro lado, se diferencia según la alimentación. Puede ser de bellota, si el cerdo ha sido alimentado exclusivamente de bellotas y pasto de las dehesas en su fase de engorde; de cebo de campo si se ha alimentado a base de piensos en terrenos al aire libre; o de cebo ibérico alimentado a base de pienso en espacios cerrados.